He pasado los últimos días pensando cuál será mi próximo paso. Específicamente, he estado pensando en la escuela graduada, en dejar mi trabajo para volver a estudiar. También, bebés. Bebés porque la cruda realidad es que, si los deseas, necesitas un plan. Así que, he estado pensando y planeando cuál será mi curso de acción para, erm, digamos que los próximos dos años.

Esta semana ha sido un torbellino de pros y contras en mi cabeza.

¿Es lo más sensato dejar un trabajo que me da las principales necesidades que mi familia y yo necesitamos en estas economías inciertas? Si tienes un buen salario, un buen seguro de salud, un plan de jubilación, ¿por qué dejarlo para lanzarme a la incerteza de regresar al estudio? A la incerteza que representa un camino nuevo donde, afrontémoslo, quizás ni termine siendo buena en él. ¿Seré capaz de proveer para mis padres y suegros en sus últimos años, seré capaz de completar metas financieras, seré capaz de criar a mis niños, de existir?

Y así, ya siendo esta la cuarta vez hablando con mi esposo sobre este tema, me dijo algo que ha enmarcado mi pensamiento durante la pasada hora. He logrado muchas cosas en mis cortos 25 años de vida. Sin embargo, me siento tan avergonzada de mis fracasos. Dice que no son nada, y no serán nada a medida que pase el tiempo. ¿Qué será lo que hoy llamo un fracaso, dentro de 10 años? ¿Cómo encajará dentro de la narrativa que haga en mi mente, y ante los demás?

La pregunta aquí es, ¿cómo voy a querer invertir mi tiempo y mis esfuerzos?  Dice que podemos hacerlo. Podemos planificar financieramente los próximos años, tirar los números y ver cuánto vamos a necesitar gastar para mudarnos a un país diferente para que yo pueda empezar a estudiar de nuevo. Allí, le confieso mi temor más profundo: arrastrar a mi familia por caminos oscuros, por aguas turbias, bajo la ahogante lluvia de mis fiascos. Si es cierto que el pasado puede dar forma a algo sobre tu futuro, le temo a mi incapacidad para completar lo que empiezo y que esto agobiare mi familia.

Me siento culpable por renunciar; y es algo con lo que tengo que lidiar. He renunciado más de una vez; me he puesto a hacer grandes proyectos, que sé que requerirán todo mi tiempo y esfuerzo. Me he descompuesto a mitad del tramo porque me doy cuenta a mitad de camino de que mordí más canto de lo que podía masticar. A veces pienso que me hace falta más autoayuda. Me hacen falta más horas de interminables lecturas de blogueras sobre motivación, sobre ser una «girl boss». Que, con suficientes charlas sobre salir adelante y descubrirse a sí mismo, podré procesar mis renuncias como una adición a mi vida. Por ahora, no logro procesarlo así. A su vez, si las pienso demasiado, rompo y cedo ante la frustración, por la culpa y la vergüenza. Lo pienso y no lo digo nunca en voz alta.

Después de discutir un poco todo esto con mi esposo, decidí tomar una larga ducha caliente para limpiar cualquier costra que quedase de esa conversación. Ahora sola, lo vuelvo a pensar. Las decisiones que tomamos nos toman. Lo que he hecho en diferentes momentos de mi vida y las decisiones que he tomado han respondido a mis miedos, mis deseos, mis metas. He logrado algunas grandes metas y me he movido a través de espacios que ya sólo mi memoria puede recordar. Siento el agua caliente que pasa entre las hebras de mi cabello, pienso también en vivir, en las elecciones, en la gratitud. A través de la ventanita que tenemos en el baño miro al cielo y pienso en mi hermano, en su muerte, en su cara. Su cara era un pensamiento que me dominaba. Me abrumaba de emoción y de tristeza cada vez que pensaba en él, pero ahora mismo pienso en mí misma cuando lo imagino. Mi hermano fue mi espejo; ¡Estaba viva! Y allí en la ducha, me sentí esperanzada… agradecida.

Me he arrastrado a mi misma a través de la depresión, a través de los rincones más oscuros de mi mente, a través de los momentos más alegres. Esta vida que vivimos no será eterna, pero espero algún día mirarme a mí misma con orgullo y con gratitud. Allí, quiero darme cuenta de que he vivido mi propia vida, que he tallado mi camino en este mundo. Estos próximos dos años, trataré de hacer precisamente eso: intentaré enorgullecerme y hacer lo que encuentro importante y necesario. Espero salir con vida cuando los críticos disparen sus armas o cuando se den el derecho a juzgarme. Por eso y, si acaso, siempre tendremos la certeza del orgullo y la muerte.